¿UN SEPULCRO COMO ABREVADERO EN EL MONASTERIO DE SANTO ESTEVO DE RIBAS DE SIL?

Son muchas e interesantes las sorpresas que, cada cierto tiempo, nos regala el monasterio-parador de Santo Estevo de Ribas de Sil, (Ourense); desde el espectacular retablo pétreo que se halló embutido en el muro de uno de los claustros, hasta los anillos medievales recientemente descubiertos en las urnas situadas en la capilla central de la iglesia.
Lo que en este breve artículo queremos resaltar es la existencia de una pieza de piedra que podría haber estado vinculada con la historia de los nueve obispos que, renunciando a sus sedes, a lo largo de los siglos X y XI eligieron Santo Estevo como lugar para su retiro y lugar de enterramiento. El recuerdo de la santidad de aquellos nueve hombres se mantuvo en la memoria de Santo Estevo durante siglos y, aun hoy, sus restos se conservan en sendas urnas de madera en la capilla mayor de la iglesia, en una de las cuales fueron hallados los cuatro anillos que acabamos de comentar y que, con toda probabilidad, pertenecieron a cuatro de aquellos obispos. Lo que parece cierto es que desde sus fallecimientos, los cuerpos fueron enterrados en el claustro central, hoy llamado “de los obispos”, quizá en los espacios existentes entre los contrafuertes de la propia iglesia, en “seis sepulcros de piedra, unos y, quizá, en sepulturas a nivel del pavimento, los tres restantes, (Duro Peña, E., El monasterio de San Esteban de Ribas de Sil, Instituto de Estudios Orensanos, “Padre Feijoo”, pág. 28 y ss, Orense, 1977). En el año 1463 los restos de los obispos fueron retirados de los sarcófagos que los albergaban y trasladados a la capilla mayor de la iglesia, siendo colocados sobre el retablo antiguo, un traslado que debió hacerse con poco tacto, mezclando los restos de los obispos en una sola caja. Posteriormente, en 1594 fueron trasladados, de nuevo, a sendas arquetas de madera situadas a ambos lados del altar mayor, cinco en un lado y cuatro en el contrario, arquetas que podemos ver en la actualidad y que acaban de ser restauradas.
Una vez trasladados los restos de los obispos al interior de la iglesia cabría esperar que los sepulcros, ya vacíos, carecerían de valor y, por ello, su presencia en el claustro no estaría ya justificada, por lo cual, podemos pensar que, lo lógico, sería retirarlos de ese espacio. Por otro lado, entre los años 1572 – 1594 se llevó a cabo el refuerzo del muro de la iglesia colindante con este claustro, engrosando los espacios existentes entre cada uno de los contrafuertes, espacios donde habrían estado aquellos seis sarcófagos pétreos; con la reforma se perdió, también, una entrada al claustro desde el exterior, situada al lado izquierdo de la fachada de la iglesia. Desconocemos el destino que se le dio a los sarcófagos pétreos, pero es seguro que no debieron viajar muy lejos porque, sin duda, no debían ser pequeños, a pesar de lo cual, no se tiene registro de su paradero, al menos, “oficialmente”. Y decimos “oficialmente” porque así lo transmiten las guías oficiales del monasterio, pero es posible que se conserve uno de aquellos sarcófagos reutilizado como abrevadero o pequeño tanque para la recogida del agua procedente de la cocina monástica, utilidad que, por desgracia, es habitual para estas piezas en el rural gallego.
Nos preguntamos si, acaso, una enorme pieza granítica, rectangular, vaciada en su interior y colocada junto a la pared exterior (lado norte) de la cocina del monasterio, podría ser ese sarcófago “superviviente” del conjunto que albergó, al menos, a seis de aquellos obispos. La pieza tiene unas grandes dimensiones que facilitarían incorporar un cuerpo humano en su interior y se observa, además, restos de un rebaje a lo largo de las paredes de la pieza, rebaje que podría tener la función de albergar la tapa o lauda del sarcófago, actualmente desaparecida.
La pieza se encuentra colocada a lo largo de la pared, adosada a la cocina y, en ella, se han perforado varios orificios para evacuar, de su interior, el agua procedente de los desagües y fregaderos de la cocina monástica, aguas que, tras salir del sarcófago, son recogidas en un pequeño canal pétreo que las dirige hacia el bosque colindante.
Quizá, sería interesante proceder a reconocer esta pieza y, en caso de ser un sarcófago, como así lo entendemos, su conservación en el interior de la iglesia estaría justificada.
No entendemos que esa pieza, que mostramos en las fotos, no sea otra cosa que un sarcófago y, por ello, entendemos que podría ser uno de los que albergaron a los santos obispos que, en la lejana Edad Media encontraron la paz terrenal entre los muros de este monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil. Miguel Álvarez Soaje, doctor en Historia de la Ciencia.

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