FARMACIAS MONÁSTICAS: CENTROS SECULARES DE ATENCIÓN SANITARIA
Miles de peregrinos se
beneficiaron secularmente de la atención sanitaria prestada por aquellos
monasterios e instituciones públicas y privadas situados a lo largo de la Ruta
Jacobea, ya fuesen hospitales, albergues, enfermerías o directamente desde sus
boticas[1].
Cartela colocada sobre la entrada a la botica del monasterio de Samos
En el campo que nos interesa es fácil comprobar cómo a la vez que nace la
peregrinación a Compostela, a su vera nacen una serie de monasterios que irán
colonizando amplias zonas yermas (principalmente los monasterios cistercienses),
incorporando nuevas técnicas agrícolas y desarrollando una destacable actividad
sanitaria hacia los peregrinos, pobres, enfermos y población en general. Una
actividad que se mantuvo durante casi mil años desde las estribaciones
pirenaicas hasta los más recónditos valles gallegos.
Durante siglos las
boticas de los monasterios situados a lo largo de las rutas jacobeas ofrecieron
ayuda (asistencia sanitaria, alojamiento y alimento) a los peregrinos que se dirigían
a Compostela; a lo largo del Camino son varios los hospitales que prestaron sus
servicios a los caminantes, como el de Roncesvalles en Navarra, San Marcos de León
o el de O Cebreiro en Lugo, como numerosos son los cenobios que acogieron
tradicionalmente a los peregrinos
Varias abadías
benedictinas en Galicia contaron con una botica para atender a caminantes y
enfermos pobres, como las de Samos, Celanova o Ribas de Sil y otro tanto
hicieron las cistercienses de Sobrado, Meira, Montederramo y Oseira. En este
sentido, los capítulos 36 y 53 de la Regla de San Benito dictan las normas a
seguir en la atención a los hermanos enfermos y a huéspedes del monasterio y de
ello hay numerosas referencias a lo largo de los siglos.
Tradicionalmente el
monje boticario entraba en el monasterio en la adolescencia, como aprendiz,
siendo examinado tras cumplir los veinticinco años de edad y mostrar su
capacitación en el conocimiento y manejo de los “simples medicinales”, así como
en la elaboración de preparados magistrales y ya en el siglo XVI los boticarios
necesitaban acreditar cuatro años de ejercicio práctico y desde el XVII debían
acreditar dos años prácticos avalados por testigos cualificados, uno de los
cuales sería el boticario bajo cuya dirección realizara la formación.
Conjunto de albarelos originales de la antigua botica de Samos
Muchos peregrinos, en
función de su rango, podían pernoctar en el monasterio durante varias jornadas
y a miles se atendían anualmente en su tránsito a Compostela; algunos fallecían
y recibían sepultura junto al monasterio, otros recalaban durante meses, y
muchos buscaban simplemente la manutención o la ayuda sanitaria prestada por
los monjes. A pesar de la existencia de alberguerías, hospitales y enfermerías,
no todos los monasterios dispusieron de botica; unos, debido a la proximidad de
una población con botica seglar establecida que hiciese innecesaria una botica
propia
En cualquier caso, la
existencia de boticas está constatada tradicionalmente en los siguientes
monasterios gallegos: Oseira
(Orense), Sobrado (Coruña), S. Martín Pinario (Coruña), Samos (Lugo), Celanova (Orense), S. Clodio
(Orense), Oia (Pontevedra), Meira (Lugo), Montederramo (Orense) y S. Esteban Ribas de Sil (Orense).
El Códice Calixtino destaca en nuestro país el Hospital de Roncesvalles, así como los de O Cebreiro, Portomarín y
Santiago pero, además de éstos, los
monasterios cistercienses, benedictinos y de otras órdenes religiosas[2]
contaban con su propio hospital, enfermería y botica.
La hospitalidad
monástica, tal como acabo de apuntar, responde a la consigna de la ayuda al
necesitado (caminante o vecino) que refleja la Regla de San Benito en su
capítulo 36 y fue una práctica llevada a cabo ininterrumpidamente durante
siglos en albergues y hospitales, de la cual se conservan evidencias tangibles
en los inventarios y libros de cuentas de las boticas monásticas así como en la
abundante toponimia que ha llegado hasta la actualidad en numerosas poblaciones.
Cada monasterio se
convirtió en un centro autosuficiente e independiente y por ello tuvieron que
buscar un suministro de remedios sanitarios que diera servicio, por un lado, al
creciente número de monjes que paulatinamente fueron incrementando sus
comunidades a partir del siglo XVI, por otro, a los miles de enfermos, pobres y
peregrinos que pasaban anualmente por algunos monasterios como Oseira, Sobrado
o Samos y, por último, a las poblaciones cercanas, que desde mediados del siglo
XVIII adquirían sus medicamentos en las boticas monásticas.
Así se mantuvieron
durante siglos, hasta la exclaustración promovida por el ministro Mendizábal[3]
y plasmada en el R.D. de 19 de Febrero de 1836, por el cual el Estado se
incautó de todos los bienes eclesiásticos. En pocos días todos los monasterios
fueron abandonados (47 de ellos pertenecientes al Cister) al igual que todo su
contenido (cultural, religioso y artístico) que, de manera desorganizada, pasó
a manos privadas sin que ello repercutiera en una mejora de la economía
nacional.
El eje central de la
atención sanitaria lo representaba la botica y junto a ella o muy próxima se
localizaba el Huerto monástico o de la Botica, normalmente protegido de
los vientos del norte y orientado al mediodía. A su mantenimiento se dedicaban
varios monjes, no sólo el boticario, atendiendo la plantación y recolección de
las diferentes especies medicinales, algunas de las cuales fueron empleadas
secularmente en el desarrollo de jarabes y vinos generosos, de los cuales
conocemos el Benedictine, Eucaliptine o el Chartreuse.
La fuente fundamental y
origen de esta actividad terapéutica la encontramos en las plantas medicinales,
cuyo uso empírico viene ya desde la Antigüedad. Frente al tradicional uso
puntual de los remedios de origen vegetal localizados en veredas y caminos, los
monasterios pasaron a su explotación específica dentro de los recintos
monásticos, conocidos tradicionalmente como Huertos
monásticos, Jardín botánico o Huerto del Boticario, pero no sólo las
boticas monacales dispusieron de su correspondiente huerto, pues también las
boticas de hospitales poseían una huerta dirigida por un Hortelano del correspondiente Hospital, para el cultivo de aquellas
plantas difícilmente adquiribles en la ciudad.
Con el paso de los
siglos las boticas y sus huertos evolucionaron paralelamente; el huerto se
transformó en Jardín botánico y la botica pasó a ocupar varias dependencias,
laboratorio, almacén, habitación del monje boticario, etc., y como no todas las
especies vegetales se podían dar en el huerto, muchas de ellas debían ser
adquiridas en otras boticas (Madrid, Coruña), o en mercados de plantas
medicinales, como el de Medina del Campo (Valladolid) que se celebraba todos
los años y donde se podían adquirir aquellas plantas como el Sen o la Quina,
procedentes de lugares lejanos como Asia o Sudamérica.
Ya desde la Edad Media
los monjes boticarios anotaban sus remedios en unos listados que pasaban a sus
sucesores en el cargo; con los años, estas anotaciones dieron lugar a la
redacción de cuadernos terapéuticos o formularios
de medicamentos para la aplicación de los monjes en el campo de la
botánica, conocidos como Hortus sanitatis[4].
Iglesia del monasterio de Samos
EL HUERTO DEL MONASTERIO DE SAMOS
La actividad sanitaria
en Samos viene de antiguo, pues ya en el siglo XVI hay constancia de la
necesidad de atención prestada a los peregrinos que por aquí pasaban en
dirección a Santiago. Debemos pensar que su huerto se situaría en una localización
próxima a la botica, que en su época final se encontraba en un ala del
monasterio que se extiende por delante de la fachada de la iglesia hacia la
carrera. Por tanto, entraría dentro de lo posible la actual localización del
huerto de la botica[5]
del otro lado del río, ocupando unos terrenos soleados y bien irrigados.
EL HUERTO DEL MONASTERIO DE OSEIRA
Hay diferentes opiniones
sobre la localización del huerto de aquella botica, lo cual nos lleva a pensar
en que a lo largo del tiempo éste pudo encontrarse en diferentes
localizaciones, en virtud de las necesidades de la comunidad o de las
posibilidades del monje boticario. Debemos tener en cuenta que, tanto en Samos
como en Oseira los monjes boticarios siguieron ejerciendo su labor sanitaria
años después de la expropiación de los bienes eclesiásticos y, en función de
sus posibilidades o de la nueva localización de la botica debieron reubicar el
correspondiente huerto. (Sobre la
historia de la botica del monasterio de Oseira he publicado un artículo en la
revista Ágora do Orcellón, -2016-, del Instituto de Estudios Carballiñeses. Por
otro lado, en otro artículo de mi blog ofrezco más datos sobre la misma botica,
extraídos del artículo de la revista mencionada.)
EL HUERTO DE SANTA MARÍA DE SOBRADO
Existen referencias
orales[6]
de que en algún momento el huerto de Sobrado pudo estar localizado al oeste del
edificio, junto al denominado Camino Real, que recorría lateralmente el
cenobio. El huerto rodeaba una edificación demolida en la actualidad, que
albergaba una parte de la botica monástica. Según referencias de algunos
monjes, hasta hace unos años todavía se mantenían en pie las paredes de aquella
construcción, si bien nada era lo que se conservaba en su interior, a excepción
de una gran piedra en la que se aprecian dos perforaciones similares y que, en
nuestra opinión, podría corresponderse con un antiguo mortero.
Por regla general la
botica monástica se localiza en la zona de la portería y ya a finales del siglo
XVIII dispone de una ventana al exterior para la dispensación de medicamentos a
la población. En ocasiones, el monje boticario vivía en un pequeño cuarto
adyacente a la pieza de la botica para poder atender el servicio de botica en
cualquier momento, como pudo suceder en Sobrado.
Por tanto, entre los
siglos XVII y XVIII aquellos monasterios que disfrutaban de unas rentas
elevadas completaron su atención sanitaria con la instalación de las
correspondientes boticas monásticas. Fue ésta una época de controversias científicas
entre dogmáticos y empiristas; los primeros, defensores de las doctrinas
terapéuticas clásicas y de la continuidad del saber emanado de la antigüedad
clásica. Por otro lado, una nueva mentalidad científica se fue imponiendo en
toda Europa desde finales del siglo XVII en la defensa de la investigación y la
experimentación como vía para alcanzar el verdadero conocimiento. Entre ambos paradigmas
podemos encontrar también una medicina que recurre a postulados alquimistas, a
los remedios secretos, al recurso del agua, a las pócimas, etc, pero a pesar de
que todo ello tenía cabida en los siglos XVII y XVIII, los remedios vegetales
siguieron siendo la base de la terapéutica de la época[7]
y los huertos medicinales (monacales y seglares) la fuente donde buscar la
mayor parte de estos remedios, ya que otros como Sen, Goma arábiga, Ruibarbo,
Nuez de especie, Escamonea, Lápiz lázuli, Quina o Azúcar debían ser adquiridos
en ferias, droguerías u otras boticas.
A lo largo del siglo
XVIII no era rara la botica que dispusiera de más de 400 piezas, como la de los
benedictinos de Nájera (La Rioja) que llegó a disponer de dos huertos con
plantas medicinales, y no lejos de aquella población se encuentra el monasterio
de San Millán de la Cogolla, cuyo jardín albergaba varios ejemplares de
acacias, saúcos de Babilonia, chopos, abedules y laureles.
Con todo, el arsenal
terapéutico se puede calificar como ecléctico, pues aparte de los remedios de
origen vegetal podemos encontrar antimoniales, mercuriales, cuerno de ciervo,
azúcar, miel, zarzaparrilla, melisa o quina.
Al hablar de los
medicamentos vegetales elaborados con las plantas del Huerto hago mención al uso de los Simples Vegetales, o aquellos elementos entendidos como
medicamentos de por sí, que no requieren la presencia de otros vegetales o
elementos químicos para que tengan uso terapéutico; el término no hace
referencia al total de la planta sino a sus hojas, flores, semillas, frutos,
leño, jugos o resinas.
Iglesia del monasterio de Santa María de Sobrado
MEDICAMENTOS COMPUESTOS
Sin querer entrar a estudiar la terapéutica usada en las
antiguas boticas monásticas, hago referencia a continuación a algunas
presentaciones o formas farmacéuticas elaboradas durante siglos en las boticas
monásticas[8]
como tratamiento de algunas patologías que requerían la acción conjunta de
varios simples. Para ello, debían combinarse en un medio que resultase
adecuadamente estable, ajustado a la zona a tratar y que facilitase su ingesta
por parte del paciente. Una de los remedios más habituales fueron las Aguas, entre las que encontramos las
astringentes, laxantes, excitantes, sedantes, purgantes, etc. En su composición
podemos citar los siguientes simples: bayas de laurel, cardo santo, celidonia,
coclearia, flor de azahar, guindas, habas de San Ignacio, hinojo, lechuga,
llantén, malvas, mejorana, pasionaria, rábanos, saúco, verdolagas, borrajas y
otras hierbas.
De gran uso tradicionalmente fueron los Jarabes (con una base de azúcar o miel), a base de alcaparras,
alcaravea, altea, amapolas, anís, arrayán, avellanas, calabaza, cominos,
canela, ciprés, gálbano, genciana, manzanilla, nísperos, peonías, regaliz, ruibarbo,
sándalo, salvia, violetas y zarzaparrilla. De uso similar a los jarabes fueron
los Bálsamos (a base de resinas de
varios tipos de árboles), así como los Elixires
(licores de plantas disueltas o maceradas en alcohol).
De uso menos frecuente
podemos citar:
- Emplastos: de uso externo, naturaleza gelatinosa para su adhesión a
la piel, actuando por oclusividad.
- Esencias: solubles en alcohol, volátiles, obtenidas por destilación
de algunos simples en alcohol o vapor de agua. Las esencias se evaporan con
calor y pueden actuar también como insecticidas, fungicidas y bactericidas.
- Espíritus: disoluciones alcohólicas de principios activos
volátiles, destiladas en alcohol vínico.
- Extractos: obtenidos de líquidos de algunas plantas.
- Infusiones: vertiendo agua hervida sobre la planta.
- Píldoras y Polvos: Procedentes de plantas y flores
secas, como acíbar, adormidera, ajenjo, bardana, canela, caña tostada,
pimienta, quina, sarcocola y tormentilla. También elaboraban polvos con
sustancias animales y minerales. Se empleaban como febrífugos, antipleuríticos,
antihidrópicos, carminativos, cáusticos, aromáticos.
- Trociscos: son un tipo de tabletas formadas por partes del vegetal
aglutinadas con diversas sustancias.
- Aceites de
oliva, almendras, azafrán, azucena, clavo, cominos, coloquíntidas, enebro,
espliego, hierbabuena, lirios, naranjas, nuez moscada, romero, ricino,
trementina y verbena.
- Tisanas, que se
elaboran empleando el agua como elemento base. Pueden obtenerse de tres formas:
- Por
infusión: que consiste en
calentar agua hasta que empiece a hervir, luego añadir la parte de la planta
deseada, previamente secada, y dejar reposar unos 10 minutos.
- Por decocción: en el caso de querer extraer principios activos de los
tallos leñosos o raíces, se colocan en un recipiente de cerámica, se cubren con
agua y se deja hervir aproximadamente un cuarto de hora.
- Por maceración: se utiliza para plantas sensibles al calor,
introduciendo la planta en un recipiente con agua fría, tapado y en reposo
durante unas 12 horas.
- Tinturas: por
maceración de las hierbas en alcohol o en vinagre; pueden conservarse durante
más tiempo que las tisanas.
- Ungüentos,
mezcla de varias hierbas con alguna sustancia grasa, como la manteca de cerdo o
el aceite de oliva. Se hierve la planta en la materia grasa durante 10 minutos,
se filtra y se deja enfriar para que solidifique.
A su vez, estos
medicamentos pueden actuar sobre diferentes órganos, lo que les confiere
distintas actividades, favoreciendo la eliminación de orina (Diuréticos),
estimulando el corazón (Cordiales), etc. Entre las actividades más buscadas
mediante los simples vegetales podemos citar las siguientes:
- Diuréticos:
para eliminar líquidos favoreciendo la micción; entre ellos encontramos la
Zarzaparrilla y la resina de Enebro.
- Estimulantes y tónicos,
que restablecen la actividad funcional de diversos órganos. Entre ellos los
siguientes: raíz de Aristoloquia, Acíbar, Mirra, Extracto de bayas de Enebro,
Rizoma de Helecho macho y agua de Hinojo.
- Purgantes, que provocan una ligera irritación intestinal para
eliminar diferentes sustancias tóxicas. Entre ellos, Sen, Ruibarbo, aceite de
Ricino y Escamonea.
- Eméticos, para facilitar o inducir el vómito; principalmente la
Ipecacuana.
- Carminativos, que facilitan la eliminación de las ventosidades
intestinales: Nuez moscada, Cálamo aromático y Cilantro.
- Emolientes, que ablandan las zonas inflamadas y disminuyen el tono
de los tejidos; entre ellos, Goma arábiga, Regaliz, Malvavisco, Borraja, Lino y
aceite de Almendras.
- Cordiales, que estimulan el corazón. Generalmente eran sustancias
aromáticas de origen vegetal y se almacenaban en pequeños frascos de vidrio
denominados cordialeros. Se utilizaban para restaurar la actividad vital e,
incluso, para alegrar el ánimo. Por otro lado, como estimulantes de las fibras
musculares, tenían utilidad en la recuperación de las fuerzas
Por otro lado, aparte de esta terapéutica vegetal oficial,
encontramos una terapéutica doméstica,
muy habitual en Galicia, que recurre al uso de plantas de manera similar a la
terapéutica “oficial”. Entre otros remedios se recurría a la infusión de flores
de malva para curar la tos, la de manzanilla para lavado de ojos, ajo para los
sabañones, la hierbabuena para tratar la irritación ocasionada por las ortigas,
la infusión de flores de saúco para resfriados y dolores de cabeza o la hierba
de San Juan, con propiedades medicinales
y culturales muy enraizadas en Galicia.
Albarelo de las Reales Fábricas de Sargadelos conservado en la botica de Oseira
ALGUNAS BOTICAS MONÁSTICAS GALLEGAS
. Botica de San Martín Pinario:
Localizado frente a la
puerta norte de la Catedral de Santiago, este vasto edificio llegó a albergar
el principal monasterio de Galicia, aunque actualmente está destinado a
Seminario Mayor, Archivo diocesano, Hotel, etc. Para prestar la atención
sanitaria correspondiente a una comunidad numerosa, así como a varios prioratos
dependientes dispuso de una importante botica[9].
Todavía se conserva una dependencia denominada como “la Botica” en la que se
conserva la botica original existente en el siglo XIX que dispone de gran
cantidad de material y utensilios de la época. Hipólito de Sá ofrece
referencias de un manuscrito[10]
de este monasterio, fechado en 1803 y redactado por el monje boticario que
describe una serie de noticias sobre esta botica, así como la relación de los
medicamentos disponibles en ella con la utilidad de los mismos. Otros
documentos del siglo XVII hacen referencia a la existencia, entonces, de la
llamada “botica vieja”, es decir, entendida como vieja ya en el siglo XVII; a
mediados de aquella centuria la botica de San Martín pasó a tener función
pública, estando un monje-boticario al frente de la misma hasta 1678. Otros
monjes-boticarios titulados se mantuvieron al frente del establecimiento
durante los siguientes años, reformándose la huerta en el siglo XVIII para “el
cultivo de algunas plantas curativas traídas de los prioratos de Cambre,
Bergondo y Cinis”, según refiere el mencionado Libro de Botica en 1803. Gracias a este documento podemos conocer
el inventario de la botica así como las plantas que disponía para la
elaboración de medicamentos. Entre las plantas medicinales recurre al uso de
las flores, cortezas, raíces, rizomas, simientes y frutos. Por otro lado, el
“arsenal terapéutico” lo forman aguas destiladas, aceites, bálsamos, emplastos,
polvos, píldoras, etc.
. Botica de San Esteban de
Ribas de Sil
Este importante
monasterio, situado en la Ribeira Sacra
del Sil, llegó a albergar un Colegio de Artes y Filosofía, por lo que su
comunidad fue tradicionalmente amplia. Contó también con una “Alberguería” para
peregrinos, enfermos y pobres, que con el paso de los siglos se convirtió en
una pequeña aldea situada a escasos kilómetros del cenobio, que también dispuso
de servicio médico, ejercido normalmente por un médico a sueldo del monasterio;
en consecuencia, parece justificada la existencia de una botica[11].
Además, existe un Inventario de la
misma realizado cuando la Desamortización
de 1835 que nos ofrece una relación del material existente en la botica en
aquel momento, que era el habitual en un establecimiento de estas
características, disponiendo, entre otros utensilios, un almirez con argollas,
varios cajones de madera, tarteras, etc; sin embargo, este Inventario no hace mención a la existencia de un botamen[12],
existente en cualquier botica; sobre la misma encontramos nuevas referencias en
un documento de las Cuentas presentadas
en el Capítulo General, que indica una partida de más de 10.000 reales para
mantenimiento de médico, enfermería y botica. Por último, indica Hipólito de Sá[13]
al hilo de este dato, que entre los documentos conservados en el Archivo
Parroquial de San Esteban cuando él lo visitó se conservaba un Dioscórides, muy deteriorado, que
llevaba cosido un formulario de la propia botica del monasterio, así como
algunas notas extraídas de la Palestra
Farmacéutica de Félix Palacios, edición de 1778, obras actualmente en
paradero desconocido.
. Botica de Celanova
La “calle de la botica”
existente en la localidad de Celanova, junto al antiguo monasterio benedictino,
nos trae a la memoria la actividad sanitaria ejercida desde este antiguo
cenobio en un local situado en la misma fachada del monasterio para ofrecer
servicio a la villa y a la comunidad de monjes. Existen referencias a la
antigua botica desde el año 1588[14]
en documentos que citan al monje boticario, quien ya en aquella época “mejoró
la parte de la huerta o patio dedicado a jardín botánico”. En 1682 se hizo
cargo de la botica el monje boticario de San Martín Pinario, boticario
titulado, puesto que la botica de Celanova se encontraba ya dando servicio al
público. De gran interés para nuestro estudio es el Inventario redactado en el momento de la Desamortización, similar
en su estructura y contenido al de Oseira. Tras la muerte del último monje
boticario exclaustrado, el local, situado en una casa adyacente al edificio
monástico, fue clausurado y dispersado su contenido. La descripción del mismo
nos da a entender sus grandes dimensiones, pues tenía una planta baja
espaciosa, abierta a la calle, un local interior o rebotica, un tercer local
dedicado a laboratorio y una habitación para el monje boticario en la planta
superior. El documento lleva el siguiente encabezamiento, “Inventario de la
Casa y Botica del monasterio de Celanova” y nos ofrece una descripción del
contenido de la pieza de la botica; entre otros utensilios disponía de 118
cajones de madera rotulados, 28 redomas de vidrio 14 orzas talaveranas, 136
frasquitos de cristal, 33 botes de vidrio, varios almireces, tamices, balanzas
romanas, etc.
. Botica de San Clodio
Situado en la comarca
del Ribeiro encontramos este monasterio cisterciense que actualmente está
destinado a establecimiento hotelero. Es interesante y abundante la información
disponible sobre su antigua botica de la cual se conserva el Libro de Cuentas de Botica, iniciado en
1766, año en que el establecimiento adquirió carácter público que mantuvo hasta
su clausura en 1835. Por otro lado, se dispone también del Inventario realizado previamente a la Desamortización.
De la botica existen
referencias precisas desde mediados del siglo XVIII, poco antes de iniciarse el
mencionado Libro de Cuentas. De
aquella época aparece descrito un gasto ocasionado por el viaje de dos monjes a
los baños de Partovia y Cortegada y por otro lado, se describen gastos por la adquisición
de algunos medicamentos a drogueros de Madrid y Coruña. Hasta 1766 la botica,
de carácter privado, debía estar situada en el interior del monasterio sin que
tengamos constancia exacta de su emplazamiento, pero a partir de aquella fecha
se traslada de local para facilitar su atención sanitaria a las gentes de la
comarca y comienza a describirse con rigor todo tipo de gastos y beneficios
ocasionados por la botica y su correspondiente jardín.
. Botica de Montederramo
Importante debió ser la
botica de este antiguo monasterio cisterciense enclavado en la Ribeira Sacra
orensana, pues dispuso de Colegio y Escuelas, de manera similar a Ribas de Sil
y Meira. Por tanto, podemos suponer que dispuso de una comunidad numerosa entre
monjes y estudiantes, lo que nos lleva a suponer una botica en consonancia al
tamaño de la comunidad. En dos Inventarios
redactados en el momento de las Desamortizaciones de 1820 y 1835 se da cuenta
del contenido y existencias de esta botica que, como otras, pasó a tener
carácter público a mediados del siglo XVIII. De la documentación existente[15]
conocemos la localización de la pieza de la botica junto a la portería, en el
lado norte del claustro, que disponía de una ventana para la comunicación con
el exterior. Aparte del local propio de botica, disponía de otros dos locales
contiguos, así como una habitación para el monje boticario en la planta
superior, igual que en Celanova. De las existencias de esta botica da cuenta un
manuscrito de diez hojas que refiere la relación de plantas curativas
disponibles en 1785 que bajo el título de “Alcance fiel y ajustado de las
drogas y plantas curativas despachadas en la botica (…)” se encontraría
depositado actualmente en el Museo de Ourense[16].
Portada del Libro de Estados del monasterio de Oseira. Manuscrito conservado en el archivo del monasterio de Poio que contiene datos sobre el gasto en botica a lo largo del siglo XVII.
. Botica de Meira
Situado junto al
nacimiento del río Miño en tierras lucenses, este monasterio dispuso de un
Colegio de Filosofía para la Orden cisterciense, albergando hasta un total de
30 colegiales, lo cual, unido a la propia comunidad monástica nos induce a
pensar en la existencia de una botica de cierta envergadura. Ya en el siglo XII
hay referencias a la existencia de un hospital en el recinto del monasterio,
quizá para atender las necesidades sanitarias de los peregrinos que empleaban
el Camino del Norte, procedente de Asturias. Información más concreta procede
de 1730, época en la que el monasterio disponía de médico y enfermería, lo cual
nos debe hacer pensar en la existencia de la correspondiente botica. Por otra
parte, Hipólito de Sá ofrece una relación de varias obras disponibles por el
monje boticario en el momento de la exclaustración, obras que hasta hace pocos
años estaban en manos particulares, habiendo desaparecido en la actualidad.
. Botica de Santa María de
Oia
Es poco habitual la
localización de este monasterio, al pie de la sierra da Groba en un tramo
escarpado de la costa pontevedresa. Hay constancia de la existencia de un
hospital perteneciente a este monasterio en el vecino ayuntamiento de Tomiño,
que funcionó durante años para dar servicio sanitario a caminantes que
procedentes de Portugal, cruzaban el río Miño por la barca de Goián en dirección
a Vigo y el norte de la provincia. Por otro lado, dada la situación costera del
cenobio, éste dispuso de una pequeña guarnición de soldados que mantenían
varias piezas de artillería para la vigilancia de este tramo de costa, lo que
nos lleva a pensar en la existencia de una enfermería y botica en las
dependencias del propio monasterio para su atención sanitaria. Hay referencias
precisas de la botica en el siglo XVIII pero también algunas noticias del siglo
XVI acerca de una serie de acuerdos económicos entre el monasterio y un
boticario de la vecina localidad de A Guardia, así como sobre la existencia de
un jardín botánico. En el priorato que Oia mantenía en O Rosal, a pocos
kilómetros, mantuvieron a un monje especialista en plantas medicinales, que
dejó un libro manuscrito, actualmente desaparecido, que Hipólito de Sá describe
como “Registro de hierbas curativas, muchas de las cuales empleaba para los
medicamentos de los enfermos que atendía”.
A parte de este documento
el mismo autor nos da información acerca de otro manuscrito titulado “Registro
de las drogas y medicinas de la antigua botica del Monasterio de Sta María la
Real de Oya (…)”, fechado en 1829, copia de un original de 1754, también
desaparecido.
. Botica de Santa María de
Sobrado
La escasez de noticias
sobre la existencia de botica en este monasterio coruñés, uno de los más
grandes de Galicia, no nos debe llevar a dudar de su secular actividad al
servicio de aquella comunidad y las poblaciones cercanas, (El lector interesado en conocer más datos sobre la botica de Sobrado
puede consultar un artículo que sobre la misma he colgado en este mismo blog,
resumen del artículo que sobre esta botica monástica publiqué en Cuadernos de
Estudios Gallegos). Existen referencias a esta botica a través de algunos
libros que pertenecieron a su biblioteca y que, posteriormente a la
Desamortización, pasaron por diferentes propietarios hasta su desaparición. Más
referencias a esta botica la encontramos a finales del siglo XVII, en que Antonio
Ramos Solís, (que llegaría a ser boticario del Hospital Real de Santiago entre
1700 y 1723), llevó a cabo sus estudios farmacéuticos de la mano del monje
boticario de Sobrado.
Con estas referencias espero haber aportado algo de luz a un
tema de interés en la historia de la farmacia como es la atención sanitaria
llevada a cabo secularmente desde las boticas monásticas.
Dr. Miguel Alvarez Soaje
[1] A mediados del siglo XVIII la abadía de
Santa María de Sobrado daba alojamiento a miles de peregrinos, de tal forma que
el año 1773 pasaron por sus dependencias unos 8000 camino de Compostela.
[2] Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, Mercedarios, etc.
[3] Decreto de desamortización de los bienes del clero
regular. Juan Álvarez
Mendizábal (1790-1853),
banquero y hombre de negocios, bien relacionado con los medios financieros de
Londres, accedió al poder en un momento crítico y decisivo para la causa
isabelina y la revolución liberal, determinando la orientación progresista del
gobierno de Mª Cristina. Además de la jefatura del gobierno, Mendizábal
asumió a lo largo de su carrera política, los ministerios de Estado, Hacienda,
Guerra y Marina. Figura emblemática del liberalismo progresista, ha sido visto
por la historia como el modelo de político liberal anticlerical. La Reina
gobernadora se mostró reticente a firmar los decretos de desamortización,
alegando problemas de conciencia religiosa, así como la presión del alto clero
de la Corte, pero al final, las presiones de los liberales y la indecisa marcha
de la guerra civil carlista, hicieron que claudicase, firmando el decreto. (Luís José Sánchez Marco).
[4] Por ejemplo el Hortus
Sanitatis del monasterio de Silos,
del año 1517.
[5] Maximino Arias, Historia
del Monasterio de San Julián de Samos, pp.261-266, señala la existencia documentada
de la botica desde el año 1690, bajo el abadiato de fr. Anselmo de la Peña.
[6] Así nos lo han transmitido algunos monjes de Sobrado que allí
viven desde los inicios de la restauración de este monasterio en los años
sesenta del pasado siglo.
[7] A principios del siglo XVIII la medicina que se aplicaba al Rey
Felipe V tenía una base eminentemente vegetal, a pesar de que las teorías paracelsistas habían encontrado hueco en
numerosos puntos de Europa, pero en España el medicamento de base química (la yatroquímica) no acababa de ser
aceptado. En este sentido, los boticarios Reales seguían acudiendo a los
remedios vegetales cultivados en sus respectivos huertos.
[8] De todas ellas tenemos constancia a través de varios Inventarios de existencias realizados
por los comisionados del Gobierno en varios monasterios, previamente a su
desamortización en 1835; entre otros, los de Oseira, Celanova o san Clodio.
[9] Para conocer más sobre esta botica remito a Sanmartín Míguez,
Santiago; Monjes y Boticarios, la
farmacia del monasterio de San Martín Pinario de Santiago, Santiago de
Compostela, Consorcio de Santiago, 1997. Del mismo autor, Estudio histórico farmacéutico del recetario de San Martín Pinario:
(Libro de Botica, año 1753), Tesis de Doctorado.
[10] De Sa, Hipólito; op. Cit. P. 41. Libro de Botica del Real
Monasterio de S. Martín Pinario, ordenado por el Boticario”
[11] Hipólito de Sá,(Boticas
monacales y medicina naturista en Galicia) refiere que en una visita
realizada a los restos de este monasterio en 1966 le mostraron unas
dependencias en el claustro de la portería conocidas entonces como “A Botica”,
lugar que antiguamente había sido despacho de medicamentos para las gentes
de la comarca. Según indica, se
encontraba situada en los soportales, hacia el oeste del claustro grande, en un
local abovedado, recibiendo luz por dos tragaluces.
[12] Conjunto de albarelos o tarros de farmacia en donde se guardaba
material vegetal para la elaboración de medicamentos.
[13] Hipólito de Sa, op. Cit. P. 56
[14] Hipólito de Sa; op.cit. p. 79
[15] Hipólito de Sa; op. Cit. P. 105
[16] Hipólito de Sa; op. Cit. P. 106
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