TRADICIÓN VERSUS MODERNIDAD CIENTÍFICA EN LA GALICIA DE LA ILUSTRACIÓN (SIGLO XVIII): EL “LULISMO” DE LOS HERMANOS ARIAS TEIXEIRO EN OURENSE
Aunque no se pueden encuadrar plenamente en el periodo de la Ilustración, los hermanos Anselmo y Antonio Arias Teixeiro responden en gran medida a patrones que caracterizan el denominado Siglo de las Luces: interés por conocerlo todo y no refutar nada por extraño o anacrónico que parezca y por eso echan mano de las posibilidades que les brinda el lulismo científico (el conjunto de doctrinas atribuidas al filósofo mallorquín Ramón Llull) como herramienta para alcanzar sus objetivos vitales: por un lado, la posibilidad de obtener oro por la vía de la alquimia luliana y por otro, disfrutar de un sistema dialéctico que permitiera una aproximación al conocimiento global por la vía do lulismo doctrinal.
Ambos hermanos dieron muestras de un cierto lastre cultural del cual no pudieron desprenderse: el propio Anselmo reclama la observación y la experimentación en aquellos temas que estudia, pero por otro lado, otorga reconocimiento a los dichos, costumbres y suposiciones que conforman su mundo. Asimismo, recurrieron a un corpus doctrinal que, aunque originario de la Edad Media, resurgió con nuevos impulsos a lo largo de los siglos XVII e XVIII bajo la denominación de Lulismo científico, entendido como una herramienta lógica o, más bien, como una “máquina de pensar” con la cual se podía hacer una aproximación a cualquiera de las ramas del saber, ya fuera saber científico o teológico, paradigmas en los que podemos encuadrar respectivamente a ambos hermanos.
La nueva ciencia, liderada por la Royal Society a finales del siglo XVII, promovió a lo largo del siglo XVIII un nuevo enfoque de la ciencia en una parte de la sociedad europea que, con mayor o menor disposición, tenía la posibilidad de acceder a textos más o menos novedosos, aunque en España fue necesario esperar hasta la llegada de la obra del benedictino gallego fr. Benito Feijóo (el primer gran divulgador científico en España) para que una parte de nuestra sociedad abriera las puertas a aquella nueva ciencia, si bien el progreso fue muy lento y requirió varias décadas para lograr una aceptación general por parte de instituciones e individuos. Es en este contexto, que se desarrolla la sociedad en la que viven los Arias Teixeiro, a lo largo de la primera mitad del siglo, y responderán, por lo tanto, a las características que podemos esperar de tales circunstancias y, por lo tanto, aceptarán una de aquellas herramientas “novedosas” que les ofrecía la ciencia preilustrada, como era aquella “máquina de pensar” atribuida a Ramón Llull en el siglo XIV, basada en las obras del mallorquín aderezadas con unas buenas dosis de alquimia pseudoluliana.
Del contenido de los manuscritos estudiados entendemos que ambos siguieron el patrón cultural de aquel siglo XVIII, en el sentido de que eran conscientes y conocedores de la nueva revolución científica emanada del siglo XVII y que continuaba en la siguiente centuria; por lo tanto, con mayor o menor precisión, su legado manuscrito muestra una evidente incorporación de los escritos de algunos de los principales científicos de la época, como Robert Boyle, van Helmont o Athanasius Kircher, a quienes Anselmo cita en numerosas ocasiones en sus notas y apuntes científicos. Sin embargo, en ninguno de los escritos de ambos hermanos encontramos referencias a la obra de Newton (reconocidas sus aficiones alquimistas), Gassendi o Descartes, circunstancia que no debería sorprender, puesto que las obras (al menos las oficiales) de estos tres autores están muy alejadas de la química y, quizá, por ello, no la necesitaban para sus escritos ni para los objetivos que perseguían.
En líneas generales, España se encontraba entonces entre la nueva ciencia y la tradición aristotélica y renacentista; por ello, no debería sorprendernos la presencia de escritos que recurren a las doctrinas lulistas, originarias de la Edad Media, a la vez que reclaman los nuevos métodos científicos; sin duda Boyle o Newton tenían el mismo peso que Arnau de Vilanova o Ramón Llull, pero la evolución de los acontecimientos científicos, así como la publicación y difusión de nuevos textos ocasionarán que, en la segunda mitad del siglo XVIII, las antiguas doctrinas lulistas y los viejos enfoques aristotélicos cedan definitivamente el paso a una nueva ciencia experimental.
Debemos buscar el origen lulista de ambos hermanos Teixeiro en una base alquímica, de tal forma que su interés por la alquimia les llevara a la “supuesta” fuente alquímica personificada en la obra de Ramón Llull. Creemos haber encontrado el origen de esa afición alquimista en el entorno de la aldea de Cabanelas (O Carballiño), localidad donde residieron ambos hermanos, una tierra en la que, desde la época romana, se han explotado varias minas de oro, como en A Piteira o en los municipios vecinos de Maside (O Lago) y Boborás (Brués), todas ellas situadas a pocos kilómetros de Cabanelas.
La actividad científica de ambos hermanos se plasmó en un conjunto de notas y escritos que se conservan, actualmente, en la Biblioteca Penzol de Vigo y que suman varios cientos de páginas sobre geología, alquimia, geometría, medicina y filosofía (notas en la línea de la filosofía luliana), además de teología y moral. Entre los manuscritos que atribuimos al hermano mayor, Anselmo, predominan los de contenido científico: metalurgia, medicina, la naturaleza del fuego y la luz, la formación de las piedras, etc. En cambio, los manuscritos que atribuimos a Antonio son más heterogéneos, pues encontramos escritos sobre la Geometría de los Elementos de Euclides, un resumen del Arte luliano, el plano de un horno alquímico o la crítica a los polvos purgantes de Aix, un remedio o panacea francesa que gozó de gran difusión en la España del siglo XVIII.
Por su parte, Anselmo es autor de un manuscrito particularmente interesante, en latín, que podríamos relacionar con el enorme corpus pseudoluliano de obras surgidas a lo largo de los siglos XVI y XVII, así como con algunos de los textos más destacados en el mundo de la alquimia, como fue el Theatrum chemicum de Lazarus Zetner o la Entrada abierta al palacio cerrado del Rey de Philaletha.
Antonio Arias Teixeiro representa un lullismo no vinculado a la alquimia, tal y como se entendía en ocasiones a lo largo de los siglos XVII y XVIII, ya que muestra en sus cartas y escritos el deseo de seguir las doctrinas de Ramón Llull o, más precisamente, las doctrinas que entonces se atribuían al mallorquín, para cuyo conocimiento y dominio pasó dos años estudiandolas en Palma de Mallorca. Su estancia en Mallorca le permitió adquirir un profundo conocimiento de las doctrinas lulistas y, además, acceder a las obras más importantes escritas hasta entonces en ese campo, ese corpus pseudoluliano del que venimos hablando, un conjunto de obras que a mediados del siglo XVIII todavía se atribuían a Ramón Llull, obras que configuraron la imagen de un Llull alquimista, marginando o distorsionando, en cierta medida, su filosofía original, orientándola a través de sendas mágicas y cabalísticas que muchos lulistas defendían en aquella época.
Para los alquimistas la composición de los metales se sustentaba en la idea de que el mercurio se combina fácilmente con otros metales para formar amalgamas, lo que dio origen a la creencia de que todos los metales contienen mercurio. Además de mercurio, los metales contienen azufre, y según las proporciones entre un elemento y otro, surgen los diferentes elementos metálicos (los metales nobles, como el oro y la plata, contienen mucho mercurio y poco azufre). Por lo tanto, se podría pensar en la existencia de un agente o levadura que provocara la separación del componente sobrante hasta obtener la composición del oro: la llamada «piedra filosofal».
Todo esto se refleja en los escritos de ambos hermanos: si bien es una idea tardía, no constituye una anomalía cultural en el siglo XVIII, ya que la práctica de la alquimia continuó durante décadas, aunque de forma más clandestina que en el siglo XVII.
En ciertos círculos, se fomentaba la libertad de pensamiento, lo que permitía defender y estudiar cualquier idea o teoría. Así, la magia, la astrología judicial, la cábala y la alquimia se incorporaron a los llamados estudios científicos, puesto que estas materias consideradas ocultas estaban relacionadas con los secretos del Universo, y el intento de descubrir ese conocimiento entró, por lo tanto, en el ámbito científico, al igual que la geometría o la medicina.
En 1736, Antonio Arias Teixeiro abandonó sus estudios en la Universidad de Salamanca y viajó a Mallorca, como acabamos de apuntar, acompañando al fraile franciscano lulista fr. Bartolomé Fornés, con la intención de seguirlo, a su vez, a la ciudad y universidad alemana de Maguncia (Mainz) donde se llevaba a cabo la interpretación y edición de la obra luliana al completo, proyecto dirigido por el lulista alemán Ivo Salzinger. Sin embargo, no llegó a emprender el viaje y permaneció en la isla durante los dos años siguientes, estudiando las doctrinas lulistas de la mano de la orden franciscana, para regresar a Galicia en agosto de 1738 y cesando, aparentemente, sus aficiones lulistas. En Galicia llegó a ser el primer profesor de Matemáticas que dispuso la Universidad de Santiago, residiendo varios años en el Colegio de San Clemente de Pasantes de aquella ciudad, pero los últimos años de su vida los pasó como párroco en el pequeño pueblo de Santa María de Vilar de Ordelles (Esgos-Ourense), donde falleció en 1762.
Nos encontramos, pues, ante dos personajes que se ajustan, en gran medida, al paradigma cultural (la preilustración) de la primera mitad del siglo XVIII, una época de cambios que desembocarían finalmente en la Ilustración de la segunda mitad del siglo, con el triunfo, aunque no completo, de la nueva ciencia surgida tras la revolución científica del siglo XVII. Los Arias Teixeiros vivieron en una etapa que podríamos definir como preilustrada, caracterizada por la aparición del Teatro Crítico y las Cartas Eruditas de fray Benito Feijoo, una de las obras de mayor difusión en España durante el siglo XVIII. Por otro lado, ambos se incorporaron a una de las vías alternativas de la ciencia de aquella época preilustrada, como fue el lulismo científico que venía siendo defendido por la filosofía mecanicista de Descartes desde el siglo XVII. Al mismo tiempo, hicieron interesantes aproximaciones a la alquimia pseudoluliana porque, en la primera mitad del siglo XVIII, se la reconocía una utilidad práctica para tratar de descubrir los secretos de la naturaleza.
Dr. Miguel Álvarez Soaje
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