fr.BENITO FEIJOO Y LA ALQUIMIA: CONTROVERSIAS CIENTÍFICAS EN EL SIGLO XVIII

 



A lo largo del siglo XVIII era tal el interés por los temas alquimistas en el seno de nuestra sociedad que el propio Benito Feijoo, una de las mentes más privilegiadas del panorama científico español, dedicó a ella varios de sus discursos y cartas en el Theatro Crítico Universal y en las Cartas Euditas, aunque más como crítica que por el propio interés en la materia. Respecto a la transmutación de los metales, argumento principal de los alquimistas, el benedictino plasmó su opinión contraria a la posibilidad de transmutación del oro, mostrándose partidario de un origen seminal común de todos los metales, el mismo origen común que tenían todos los animales y plantas; por ello los metales podían “transmutar” unos en otros de manera natural mientras se encontraban bajo tierra en su orige, pero desconfiaba de la posibilidad de llevar a cabo esta transformación por medios artificiales. Opinaba Feijoo que de existir una transmutación real de los metales, ésta sería observable en las minas, apareciendo plomo, hierro o cobre junto al oro ya formado, lo cual no se verificaba, entendiendo, entonces, que si en una mina había hierro se debía a que allí había “crecido” únicamente hierro. No dudó, sin embargo, de que algunos metales distintos fuesen en sustancia un mismo elemento, como podría ocurrir entre el hierro y el cobre, razón por la cual ambos serían una misma sustancia pero incapaces de transmutarse en oro. En el campo de la metalurgia se entendía que los minerales depositados en el interior de la Tierra crecían y evolucionaban desde su estado de impureza al estado de perfección que caracterizaba al oro, concepto extensamente reflejado en los escritos de la época. El padre Martín Sarmiento, por el contrario, nunca defendió el crecimiento de los metales en el interior de la tierra, pero jamás contradijo a Feijoo públicamente, quizá porque científicos como Musschenbroek o Alonso Barba así lo creían. Se mostró, Feijoo, contrario a los alquimistas y a su manera de expresarse, metiendo en un mismo saco a éstos con los lulistas, preguntándose hasta qué punto era posible impugnarlos si nadie podía entenderlos. Criticó, además, que todos ellos escribiesen basándose en rumores arrastrados desde la época de Llull, a quien tuvo por uno de los principales “alquimistas”, basándose para ello en un relato, según el cual Llull obtuvo oro durante sus experiencias en el Alcazar de Londres en presencia del Rey de Inglaterra. Sin embargo, parece que el propio Feijoo dudaba de este suceso basándose en que había sido descrito varios siglos después de la muerte de Llull, lo que no le impidió tener a Llull por alquimista, afirmando de él que: “Raimundo Lulio escribió de este Arte y aseguró que le sabía”, a pesar de lo cual dudó siempre de la veracidad de sus escritos y los de Vilanova, Paracelso o Bernardo Trevisano, a quien directamente acusó de mentiroso.

Es posible que los conocimientos que el benedictino tuviese sobre Llull fuese a través de las obras que conforman todo el corpus pseudoluliano y, por tanto, desconfiase del conjunto de argumentos y teorías que, en la época se le atribuían al mallorquín. A pesar de defender un origen común a todos metales, dudó que poseyeran una composición única a base de azufre y mercurio, tal como afirmaban los alquimistas, así como de la transmutación mediante los grados de depuración, exaltación, fijación, etc. Afirmaban los alquimistas que, para que el azufre y el mercurio fueran “filosóficos” debían ser exaltados mediante el Arte de Llull, siendo entonces calificados como Piedra Filosofal pero, al no reconocer Feijoo este proceso, no reconoció tampoco la posibilidad real de los alquimistas, planteándose el dilema de que si éstos dispusieran de la Piedra Filosofal podrían vivir miles de años, lo cual no había ocurrido hasta el momento, proponiendo por ello que los alquimistas llevaban el oro oculto antes de proceder a las demostraciones públicas de su Arte. Al respecto, es llamativa la opinión del benedictino al afirmar que “la golosina de la Piedra Filosofal hace gastar infructuosamente el tiempo y la moneda”. Por otro lado y al margen de cuestiones alquímicas, reconocía la autoridad de Robert Boyle en materia científica, lo mismo que ya había hecho Félix Palacios anteriormente. Afirmaba Feijoo que “a mí me basta la autoridad de este grande hombre a quien confiesan los sabios de todas las Naciones que en cuanto a la Física experimental, de nadie fue excedido en conocimiento, exactitud y veracidad”. Fue a lo largo del siglo XVIII cuando rebrotó aquella antigua confrontación entre apologistas y detractores de la figura y obra de Ramón Llull pero, entonces, con más peso hacia su componente alquimista, un motivo más que llevó a Feijoo y otros autores de la época a mostrar su rechazo frente a las doctrinas lulistas, unas doctrinas entendidas como técnicas para llevar a la práctica oscuros procesos cabalísticos, distantes de las doctrinas originales de Llull que sí comprendieron otros religiosos, franciscanos, cistercienses y jesuitas, (Fornés, Pascual, Costurer, etc.) Un ejemplo más de la desconfianza que los alquimistas provocaban en el benedictino nos lo ofrece él mismo al afirmar que: “El error de los alquimistas consistió en la creencia en la transmutación del hierro en cobre por medio de la Piedra Lipis o Piedra Filosofal, que se puede definir de tantas formas como número de adeptos tenía esta doctrina” . Observamos cierta confusión a lo largo del siglo XVIII a la hora de discernir lulismo de alquimia, no ya en el propio Feijoo sino en algunos lulistas para quienes la alquimia era un estado de conocimiento al que sólo unos pocos estaban llamados, entendiendo que la ciencia de Llull no era sólo Retórica, ni Lógica, ni Arte combinatorio, sino una Física superior a todo lo que se había estudiado. Obviamente, en respuesta a este razonamiento, Feijoo sugería que mostrasen al mundo los logros de dicho Arte si es que en alguna ocasión los hubo; el auténtico lulismo doctrinal se había ido extendiendo a todas las áreas del saber, ya que era una herramienta que posibiltaba alcanzar cualquier tipo de conocimiento, transformándose en un lulismo religioso, teológico y alquímico. En fin, no fue breve la crítica vertida por nuestro ilustre orensano hacia todo aquello relacionado con la Alquimia, o más bien con la Alquimia Luliana, a pesar de lo cual, ésta se mantuvo viva a lo largo de aquella centuria, aunque acumulando un continuo descrédito en el ámbito científico.

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