MODERNIDAD CIENTÍFICA Y TOLERANCIA RELIGIOSA DURANTE EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

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Os dejo aquí un extracto de mi artículo que, bajo el título de este artículo, fue publicado en las Actas del II Congresso Internacional sobre la orden del CISTER que se celebró en Alcobaça (Portugal) en 2018. Tomo III: Espiritualidade, Agricultura e Industria, Turismo Cultural (pp. 37 - 51).


A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII un espíritu reformador recorrió España en un intento de avanzar en la apertura religiosa dentro de países fuertemente católicos, como el nuestro y uno de los promotores de aquella nueva forma de entender la religión fue el monje cisterciense fr. Antonio Joseph Rodríguez Izquierdo, (1703-1777). Se trata de una época en la cual algunas voces reclamaban una religión más en consonancia con el movimiento ilustrado y la nueva Ciencia, en la cual la Razón, como ejercicio de entendimiento por parte de uno mismo, no tenía por qué dar la espalda a la fe. A la vez, en algunos círculos culturales se reclamaba el cese de la intromisión de la Curia romana en asuntos culturales (científicos y teológicos) de nuestro país. La misma línea mostraron algunos religiosos que reclamaban un nuevo espacio para la religión cristiana, alejándose, por tanto, del escolastismo teológico, de la misma forma que la nueva Ciencia lo hacía del escolastismo científico de origen aristotélico, para lo cual se promovió un cierto reformismo religioso. Por ello, contrariamente a la idea de una Ilustración deísta o atea, que partía de la premisa del enfrentamiento religioso, existió también una grupo de clérigos reformistas a lo largo de todo el siglo XVIII que trataron de buscar una cohesión necesaria entre religión y ciencia, sabedores de que la intransigencia religiosa no tenía cabida en aquella sociedad que, a lo largo de la centuria, vivía la religiosidad desde diferentes perspectivas; por ello, podemos vislumbrar una religiosidad "popular" sujeta a viejas tradiciones y supersticiones frente a una religiosidad "ilustrada" practicada con criterios racionales. En este sentido, algunos sectores de la Iglesia española buscaban cierta desvinculación con el papado y una teología menos escolástica y conectada al pasado, reforzando el papel de los obispos y el poder de los reyes, en contra de la postura mantenida, entre otros, por los jesuitas. Por tanto, desde postulados jansenistas o del catolicismo ilustrado se pretendía desarrollar un cristianismo más racional, basado en el cuestionamiento de la autoridad para buscar el avance de la ciencia ilustrada y otorgar al Cristianismo su papel promotor de la moralidad religiosa.  
 
Rodríguez (Villanueva de Odón, Madrid, 08 de agosto de 1703 – Veruela, 01 de junio de 1777) tuvo una formación académica autodidacta, valiéndose únicamente de sí mismo para la adquisición de las obras que más le interesaron para su formación en el campo de la cienciaFue autor de una vasta erudición en todos los campos, principalmente en medicina y farmacia como fruto de una formación autodidacta cuyo resultado se tradujo en una importante contribución a la Ciencia española del siglo XVIII. De su formación autodidacta da cuenta el hecho de que en su comunidad de Veruela era llamado "magister sine magistro". En el campo de la Ciencia ejerció un papel que podríamos calificar como de "divulgador científico", siempre al tanto de los avances científicos procedentes de Europa, avances que le permitieron ejercer una crítica solvente contra aquellos autores que promovían, a su juicio, una labor contraria a la cultura cristiana europea, principalmente, Voltaire y Rousseau.
 
La etapa inicial de Rodríguez en el monasterio de Veruela fue como aprendiz de botica, pasando después al noviciado y completando su formación en la biblioteca del propio monasterio. Entre su obra publicada podemos citar la PALESTRA CRÍTICO-MÉDICA, editada entre los años 1734-1749 en seis volúmenes; es una obra que, en nuestra opinión, se enmarca en la nueva ciencia preilustrada, contraria, pues, a la tradición escolástica imperante en muchos textos españoles de la época. Pero la obra que hemos querido presentar en esta ocasión lleva por título EL PHILOTHEO EN CONVERSACIONES DEL TIEMPO, obra publicada en Madrid en 1776 en dos tomos. Como su autor reconoce en el prólogo, no la compuso al modo tradicional de las obras científicas sino que la redactó tomando como base una conversación entre cuatro personajes ficticios, cada uno con su particular interpretación de la Ciencia y la Religión cristiana. A lo largo de la charla cada uno aporta su visión acerca de las relaciones posibles entre ambas, partiendo de la idea de que la Razón tiene cabida en el seno de una religión tolerante porque el ser humano es una creación de Dios y es Dios quien ha concedido la facultad de usar la Naturaleza para el avance y progreso de la Humanidad. La Razón es , por tanto, una herramienta que Dios ha puesto a disposición del ser humano y por ello es lícito usar de ella para progresar en el conocimiento de la Naturaleza, pero siempre bajo la premisa de que sólo Dios es el creador del mundo y es, por ello, el único con capacidad de interpretar sus secretos; una cualidad que es ajena al ser humano. Rodríguez entiende que se puede dominar la nueva ciencia otorgando a la razón un papel predominante en el avance de la misma, pero sin olvidar que es la religión la que ha de guiar y moderar esa nueva forma de pensar que puede, sino, llevar al hombre por senderos de oscuridad en lugar de aproximarlo a la verdadera luz del conocimiento.


 




 


Todos sus planteamientos van acompañados de referencias a obras científicas de la época, con argumentos en pro y en contra extraídos de las obras de Newton, Descartes, Huyghens, Cassini o Kepler, las cuales, Rodríguez, parece conocer con solvencia. Tal y como acabamos de apuntar, la idea que subyace en toda la obra es la demostración de la existencia de Dios y la idea de que religión y razón pueden ir de la mano en beneficio del ser humano; para ello toma las mismas herramientas que los “filósofos modernos”, es decir, el conocimiento de las leyes de la Naturaleza para ofrecer un método física y racionalmente demostrativo de la existencia de Dios mediante la observación y conocimiento preciso del Universo, por tanto, no refuta los avances científicos per se, sino el consecuente ateísmo que una errónea interpretación de los mismos lleva a algunos científicos a no aceptar que detrás de la Naturaleza subyace la mano de Dios y, por ello, entiende que la religión católica debe tener cabida en el seno de la nueva Ciencia ilustrada basada en la Razón.

Es justo, por tanto, reconocer la labor en pro de la ciencia española del cisterciense fr. Antonio Joseph Rodríguez, que desde su monasterio de Veruela promovió la incorporación de la religión a la nueva ciencia tratando de buscar una conexión entre Ciencia y Religión en la que ambas tuvieran cabida y trabajasen en beneficio del ser humano, desde el respeto mutuo y la aproximación de ideas; no es poco, ni se demostró equivocado ese intento de compaginar ciencia y religión, un hecho que aun hoy en día sigue candente en el seno de nuestra sociedad.
 
                                       Dr. Miguel Alvarez Soaje

 

 


 



 



 















 





































 




































 






 






 

























 

 

 

 

 

 





















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