ATISBOS DE MODERNIDAD CIENTÍFICA EN LA UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA: 1ª PARTE - LOS SIGLOS XIX - XX

A lo largo de varios artículos iré ofreciendo en este blog información de interés sobre los intentos que diferentes científicos de nuestro país llevaron a cabo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX para situar la Universidad española en general y la de Galicia en particular al nivel de otras universidades de países de nuestro entorno. Un proceso que duró más de 100 años...
La Universidad española en general y la Universidad de Santiago en particular se incorporan al siglo XX bajo unas condiciones de inactividad y falta de medios materiales que las sitúan en una posición de gran desventaja frente a sus homólogas europeas. Sucesivos intentos modernizadores no consiguieron que nuestro sistema universitario alcanzase la modernidad que cabía esperar en un país de las características de la España del siglo XX en donde, por el contrario, destacan numerosos ejemplos particulares de personal muy cualificado formando parte de ese sistema universitario. No será hasta la instauración y pleno funcionamiento de la Junta para Ampliación de Estudios que nuestra Universidad se incorpore plenamente al siglo XX, de la mano de personajes que destacaron por sus actividades científicas y humanas, con notables aportaciones en diferentes campos. Un grado de progreso educacional que se vería truncado por el estallido de la Guerra Civil en 1936.
 
 
 


La Facultad de Farmacia y las nuevas reformas universitarias:




Desde mediados del siglo XIX la Universidad española asiste a una serie de cambios que buscan su definitiva modernización, siempre de la mano de una serie de ministros que pretendían garantizar unos estudios acordes a la situación política y económica de España dentro del ámbito europeo. Los sucesivos planes de estudio por los que pasó nuestro sistema educativo decimonónico responden al caótico sistema político que imperaba entonces; es decir, una sucesión de gobiernos conservadores y progresistas más empeñados en deshacer lo que hiciera su predecesor que en plantear avances sólidos y fructíferos.

El primer atisbo de modernidad que pretendía romper con los estudios tradicionales, basados todavía en la tradición escolástica aristotélica, lo podemos situar en la Ley Moyano, de 1857, Ley de Instrucción Pública a raíz de la cual se crea la Facultad de Farmacia de Santiago. Sin embargo, los estudios de Farmacia se habían implantado ya a principios del siglo XIX cuando, por Real Cédula de Noviembre de 1800 se decretó la reforma y organización de los estudios farmacéuticos en España, creándose así el Colegio de Farmacia de San Fernando, en Madrid, el año 1806. Los siguientes Colegios habrían de crearse en Barcelona, Granada, Sevilla y Santiago en los años sucesivos pero al estallar la Guerra de Independencia su fundación se vio pospuesta, debiendo esperar en el caso de Santiago hasta el año 1815 para la creación del Colegio de San Carlos. [1]  Al frente del Colegio se encontraban Julián Sánchez Freire y Gabriel Fernández-Taboada, que defendían un modelo de enseñanza práctica y experimental. Por motivos de diversa índole el Colegio fue clausurado en 1821 y no reanudó su actividad hasta el año 1857, tras la reforma impuesta aquel año por la Ley Moyano. Al desaparecer los estudios de Farmacia, los alumnos que querían llevarlos a cabo debían acudir a las Universidades de Granada, Madrid o Barcelona, pudiendo realizar en Santiago un curso Preparatorio, previo, que se impartía en la Facultad de Filosofía, donde se impartían las enseñanzas básicas de ciencias conjuntamente con alumnos de Medicina y Farmacia.
 
En virtud de la Ley Moyano, el Colegio de Farmacia se transformó en Facultad en 1857 [2], teniendo su sede en el Palacio de Fonseca [3]. Esta Ley, impulsada por el Ministro Claudio Moyano, fue derogada en 1868, pero sentó las bases para los estudios farmacéuticos durante las siguientes décadas y estructuraba los estudios de Farmacia a lo largo de nueve cursos, incluyendo los cursos 5º y 6º prácticas privadas en botica, tras los cuales se obtenía en título de Bachiller que capacitaba para ejercer la profesión en ciudades menores de 5000 habitantes. El 7º año consistía en una práctica de Operaciones Farmacéuticas y principios generales de Análisis. En el octavo año se llevaban a cabo nuevas prácticas en botica y, tras completar el noveno curso, se podía ya aspirar al grado de Doctor, capacidad que obtuvo transitoriamente la Facultad de Santiago en 1868.
 
Varios planes de estudio vieron la luz a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX intentando actualizar unos estudios que adolecían de una vertiente práctica que favoreciesen y valorasen la investigación, ya fuera en los propios estudios universitarios como una vez finalizados éstos. A pesar de los intentos modernizadores, el sistema tradicional, basado en la memorística, falto de presupuestos y bajo un organigrama endogámico continuó marcando nuestro estilo universitario, que no pedía al docente la más mínima iniciativa científica sino que le exigía una disciplina docente. Destaca la escasa importancia que se otorgaba a la publicación de trabajos originales, siendo más valoradas las disputas científicas en defensa de las más variadas teorías del momento e, igualmente, se valoraba con sumo interés los discursos de apertura de curso.
 
Aun con todo, la calidad de la enseñanza en la Facultad de Farmacia de Santiago era sorprendentemente buena y a ello se debía la calidad particular del equipo de profesores en las últimas décadas del siglo XIX, bajo la dirección del profesor Antonio Casares. En este periodo se observa un notable incremento del número de alumnos matriculados en esta Facultad procedentes de fuera de Galicia, ultramar e, incluso, el extranjero. [4]
 
 

 ■ La Universidad de Santiago; del ostracismo a la modernidad.
 
      La Universidad española, sin embargo, se encontraba ajena a las realidades sociales y se llevaba gran parte de los presupuestos económicos en detrimento de la enseñanza primaria, más necesaria de ellos. A nivel nacional las medidas adoptadas por los sucesivos gobiernos buscaban atajar los problemas de una forma inmediata, sin entender el origen de los mismos y, así, se llegó a la situación de plantearse la supresión de las Facultades de Derecho y Veterinaria de Santiago, lo que provocó una movilización general de la opinión pública gallega, por entender que no era nuestra Universidad la que ocasionaba pérdidas económicas, sino lo contrario. La mayoría de las reformas planteadas no se llegaba a poner en práctica, exceptuando casos puntuales en la Universidad Central de Madrid, pero en provincias, el sistema universitario se incorporó al siglo XX con los mismos planteamientos que arrastraba desde hacía casi cincuenta años. En aquella época, bajo el ministerio de García Alix la inactividad de la Universidad compostelana alcanzaba unas cotas sorprendentes, poniéndose de manifiesto la ausencia de celebración de Juntas y la falta de actividad de claustros y Facultades, a lo que se puede sumar la ausencia de actividad científica, en un momento en que los países de nuestro entorno llevaban a cabo una enérgica actividad científica e industrial. Finalmente, en 1900 se creaba el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, incorporándose nuevas disciplinas a los Planes de Estudios. [5]

 
    A pesar de las disposiciones dictadas en 1903 por el Ministro Romanones, la inactividad caracterizaba a nuestra Universidad, al menos, durante los primeros quince años del recién estrenado siglo XX. Ni siquiera se contaba con un apropiado sistema de becas y bolsas para profesores y estudiantes; las becas para intercambios con el extranjero se distribuían una por cada Facultad y, siempre, al catedrático más antiguo o, si no lo había, al auxiliar más antiguo, justo los que menos interés mostraban en abandonar sus entornos apacibles. Los medios de que disponía aquella Universidad estaban al mismo nivel que el resto del sistema, careciendo a principios de siglo de las más elementales condiciones de trabajo. Tanto la Facultad de Derecho como la de Farmacia no disponían de electricidad, gas y calefacción y suponemos que la tercera de las facultades mayores, Medicina, no estaría en mejor situación.
 
Por todo ello, se comenzaban a reclamar entonces la descentralización de los estudios universitarios para atender los problemas desde una mayor proximidad, disponiendo, además, de fondos propios para atender las demandas más urgentes. Debemos recordar que, por entonces, todo lo relacionado con la Universidad de Santiago, o cualquier otra de provincias, se fraguaba en la capital del Estado, entre otras cosas, la adjudicación de becas y la realización de doctorados.
 
Con todo, se observa un fuerte incremento en el número de alumnos que asiste a nuestra Universidad, que pasa de los 627 en el curso 1889/90 a los 1560 en el curso 1900, (en la Facultad de Farmacia, de los 35 alumnos matriculados en el curso 1888-89 se pasa a 393 en 1900, aproximadamente algo más de la mitad en Enseñanza oficial y el resto en No oficial), observándose un estancamiento hasta la década de los años 20 para alcanzar un nuevo repunte en los años inmediatos a la Guerra Civil. Quizá este estancamiento se debiera al deterioro observado en la vida universitaria de Santiago pero a lo largo de la segunda década del siglo asistimos a un repunte en todos los ámbitos, número de alumnos, calidad del profesorado, becas, investigación, etc. El sistema de becas o premios pecuniarios, experimentó una continua evolución en las primeras décadas del siglo XX y hasta los años 20 se concedían principalmente a alumnos “pobres”, a pesar que bajo esta denominación aparecían alumnos de todos los orígenes económicos.
 
A partir de la segunda década se incrementa enormemente el número de alumnos pero la falta de puestos de trabajo y el intrusismo profesional lleva a conflictos entre alumnos y profesores, particularmente en la Facultad de Farmacia, incrementándose el número de parados, denominados entonces “parados de levita”. En el preámbulo del “Estado de la Universidad” de Santiago en el curso 1907-08 el Secretario planteaba la queja de que por falta de presupuestos no se pudo editar la Memoria anual de los años anteriores y, además, refería la lamentable situación de que la Universidad aun no dispusiera en sus instalaciones, de luz eléctrica y calefacción. Es más, en su informe debía demostrar las “bondades” que la calefacción aportaría en beneficio de los profesores, alumnos e instalaciones en general, para evitar la degradación de muebles, libros e instrumentación (entre otras cosas, las colecciones de zoología con las que trabajaría César Sobrado Maestro).
 
Desde principios de siglo, un pequeño grupo de profesores van a reclamar una enseñanza realmente moderna, científica y a la altura de la que se impartía en los países de nuestro entorno. A ello contribuiría la ansiada Ley de Autonomía Universitaria del año 1919 que trajo a las facultades de Ciencias y Farmacia más medios económicos para la formación permanente de profesores y alumnos, con la instauración de becas para el extranjero. La facultad de Medicina, sin embargo, permaneció todavía un tiempo anclada en el sistema endogámico tradicional. Entre los años 1930 y 1934 asistimos a un periodo de modernización en todos los ámbitos universitarios, de la mano del Rector Rodríguez Cadarso; completada ya  la descentralización, se incorpora ya el profesorado que se formara bajo la tutela de la Junta para Ampliación de Estudios. Era un personal  formado en universidades españolas o en la propia de Santiago y que había ampliado esta formación en universidades francesas, inglesas o alemanas. Su aportación, con investigaciones y numerosas publicaciones, será fundamental para el avance científico de la universidad compostelana. En este sentido, la actividad desempeñada por los profesores Montequi y Charro será determinante.
 
 
 
La Institución Libre de Enseñanza
 
     Aquellas mejoras observadas en las primeras décadas del siglo XX son fruto de la labor ejercida por la Institución Libre de Enseñanza. Este organismo, nacido en 1876 de la mano de un grupo de profesores en desacuerdo con el sistema educativo imperante entonces, (basado en dogmas impuestos y en la memorística como base del aprendizaje, como he apuntado), se convirtió en un “revulsivo” que permitió los más importantes avances educativos de nuestro sistema universitario. Se imponía finalmente la razón como base del pensamiento científico, frente al sistema dogmático imperante.

 
 
Los institucionistas fueron ganando adeptos para su causa entre la clase política y el profesorado y fruto de su constante actividad fue la creación en 1907 de la “Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas”, una red oficial centralizada que aglutinaba todos los esfuerzos humanos y económicos de cara a la formación científica de profesores y alumnos a nivel estatal.
 
La Institución Libre de Enseñanza trataba de transformar o reformar las bases que regían el sistema educativo, siempre desde un punto de vista más liberal y sobre todo, laico. Pronto se extendió entre la burguesía de tipo liberal e ilustrada, partidaria de introducir una enseñanza tolerante, con más medios económicos y que disfrutara de los instrumentos novedosos que existían ya en otros países, laboratorios y bibliotecas, viajes al extranjero para completar la formación, intercambio científico y publicaciones. La expansión de la Institución a través de la Enseñanza Primaria fue rápida y contribuyó a la mejor formación de profesores y maestros, alcanzando todos los niveles educativos hasta las cátedras universitarias. Con los años se fueron incorporando ya profesores formados plenamente bajo su dirección, a la vez que comenzaron a retornar aquellos que habían viajado a otros países para completar sus estudios.
 
En el año 1900 se creaba el Ministerio de Instrucción Pública y poco tiempo después comenzaron a destinarse partidas presupuestarias para bolsas de estudios, dirigidas a alumnos cuyo expediente académico fuera destacado, dándoles la oportunidad de que, al regresar del extranjero, se pudieran incorporar a sus Facultades como profesores auxiliares. En Galicia fueron dos discípulos de la obra de Giner (Rodríguez Carracido y Rodríguez Mourelo) quienes promovieron el desarrollo de la Institución que, por otra parte, se caracterizó por presentar cierta endogamia, ya que muchas familias mantuvieron relaciones con ella durante varias generaciones. No fue fácil el inicio de sus actividades en Santiago porque ya en 1875 dos colaboradores de Giner, González Linares y Calderón Arana habían sido destituidos de sus cátedras y expulsados de la Universidad [6] por su rechazo frontal de las órdenes que el Ministro Manuel Osorio había dispuesto en contra de la libertad de expresión oral y escrita, motivo por el cual el Rector Casares les había ya suspendido de sus cargos.
 
La Junta para Ampliación de Estudios, creada por Real Decreto de Alfonso XIII, fue sucesora del espíritu que marcó a la Institución Libre de Enseñanza, una manera de hacer oficial el método de trabajo creado por los institucionistas y consiguió dotar de un gran sentido práctico a las ciencias experimentales, multiplicar las inversiones y, fundamental objetivo, ligar la investigación a la docencia, vinculando ambas a las necesidades del Estado.
 
Por otra parte, las salidas al exterior contribuyeron a reducir el aislamiento en que se encontraba nuestro país. Tanta importancia tenía el envío de alumnos y profesores al extranjero como asegurar su continuidad en el sistema educativo y para ello se dotaron diferentes institutos de investigación experimental, una vez conseguida cierta descentralización del Estado. Surgieron entonces, entre otros, el Centro de Estudios Históricos, la Residencia de Estudiantes, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales o el Instituto Escuela. No sólo se enviaba personal al extranjero sino que se trajo a destacados científicos extranjeros a impartir cursos en varias universidades, como el Dr. Founeau del Instituto Pasteur de París, que impartió un curso de seis meses en el laboratorio del profesor Carracido en 1917; para ese curso se seleccionó un pequeño grupo de estudiantes entre los que se encontraba Ricardo Montequi. El sistema incluía también a los profesores de magisterio que, al regresar podían incorporarse como docentes en los Institutos pero, a pesar de todo, gran parte del personal seleccionado estaba vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, que tenía su centro formativo en la Residencia de Estudiantes de Madrid, de donde se escogía a los alumnos que destacasen por su honradez, moralidad y experiencia, pero siempre prevaleciendo los contactos y vinculaciones familiares.
 
Como cabeza de la Junta figuró Santiago Ramón y Cajal, que ejerció el cargo de Presidente durante varios años, mientras una gran cantidad de nombres de prestigio estuvieron vinculados a ella desde sus inicios hasta su desaparición en el año 1939, en que se transformó en el actual Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Con todo ello se consiguió formar un profesorado cualificado, con experiencia en el extranjero y con disposición para la investigación científica. En este sentido, en 1923 se promulgaron una serie de decretos de cara a la selección del profesorado de las facultades de Farmacia y Medicina, dando prioridad a la labor científica e investigadora del candidato, a lo que se sumaban sus cualidades docentes y personales. Además, se requería la presentación de una memoria que resumiera el programa de la asignatura a impartir e, igualmente, la presentación de un trabajo de investigación, acompañado de las correspondientes publicaciones.
 

Los estudios de Farmacia en el nuevo siglo

 
En los años 1911 y 1914 se reunió el Claustro de la Facultad de Farmacia con motivo de la reforma del plan de estudios y se redactó un esquema que incluía tres nuevas asignaturas para la licenciatura, entre ellas, “Mineralogía y Zoología” y “Materia Farmacéutica Vegetal”, de las que impartiría clase el profesor Sobrado Maestro. Pretendían incorporar nuevas disciplinas para cubrir las necesidades del momento, desvinculándose de los estudios dogmáticos tradicionales. Referente a lo inadecuado de los planes de estudios de Farmacia a principios de siglo es relevante la opinión que da el Dr. Antonio Eleizegui López, profesor de la Facultad de Farmacia en aquella época. En su discurso inaugural del curso 1906-07 hacía pública su queja de lo eminentemente teóricos que eran aquellos estudios, faltos de una parte experimental que sí contemplaban los planes de estudios de otros países de nuestro entorno. Bajo el título de “La reorganización de los estudios de Farmacia”, Eleizegui presenta los planes de estudio de Francia, Alemania y Suiza.
 
En Francia se requerían por entonces tres años de práctica en una Farmacia como paso previo a los estudios universitarios, a los que se accedía tras un examen ante dos farmacéuticos y un catedrático. A continuación, el alumno cursaba tres años de estudios en los que los trabajos prácticos eran continuos, pagándolos el propio alumno y se llevaba a cabo, además una práctica de herborización durante el verano, debiendo superar una serie de exámenes teóricos y prácticos.
 
En Alemania el aspirante debía realizar, también, tres años prácticos en una farmacia al finalizar el bachillerato. Tras un examen final ante un empleado de sanidad y dos farmacéuticos (uno de ellos con farmacia abierta al público) accedía al cargo de Ayudante de Farmacia y, si resultaba apto, pasaba a realizar tres años de estudios universitarios.

 
En Suiza también existía una prueba para Ayudante y otra para Farmacéutico, más dos años prácticos en oficina de farmacia, tras los cuales se debía superar una prueba teórico-práctica. Si el alumno la superaba pasaba otro año práctico, previo al examen para farmacéutico, siendo obligatoria, además, las asistencia a la Universidad durante dos años y otros dos de prácticas en un laboratorio.

 
Según Eleizegui, en nuestros planes de estudio faltaban asignaturas que eran fundamentales para la profesión (se refiería a Química Biológica, Microbiología y Sueroterapia), a otras se les daba poca extensión y otras no tenían una justificación práctica (se refería aquí al curso preparatorio que era una repetición del curso de segunda enseñanza). Además, al farmacéutico que quería establecer una farmacia tampoco se le exigía ningún tiempo de prácticas.
 
En las Universidades de estos países, las explicaciones se limitaban a lo esencial, fomentando los ejercicios prácticos que favorecían la capacidad investigadora. Por otro lado, la carencia de aparatos técnicos en nuestras Universidades afectaba a la práctica totalidad de las facultades y cuando los había faltaba personal capacitado para su manejo. De las cuatro facultades de Farmacia de nuestro país, tres no disponían de medios adecuados para llevar a cabo ejercicios prácticos, con locales oscuros, pequeños y sin electricidad. En Santiago en aquellas fechas aun no disponían de gas y hasta hacía bien poco carecían de agua corriente. Por último, Eleizegui plantea la necesidad de incrementar las prácticas en oficina de farmacia como en otros países, donde se debían acreditar varios años en botica abierta al público antes de poder ejercer en la propia, tras superar varias pruebas teórico-prácticas ante catedráticos y farmacéuticos.
 
En este marco que he presentado, el de un sistema novedoso que intentó romper con el vetusto sistema educativo tradicional, es donde voy a situar la labor profesional de tres profesores de la Universidad de Santiago, (César Sobrado Maestro, Ricardo Montequi y Díaz de Plaza y Aniceto Charro Arias) con diferentes orígenes pero el espíritu común de responder a aquella nueva forma de entender la enseñanza científica, basada en una constante labor investigadora plasmada en una serie de publicaciones y, algo que caracterizó a los tres, unas relaciones muy próximas, cordiales, entre profesor y alumno, como veremos a continuación. En los artículos siguientes de este blog hablaré de la vida profesional y científica de cada uno de ellos.
 
                                                                        Dr. MIGUEL ÁLVAREZ SOAJE



[1] En el año 1820 tenía su sede en el edificio conocido como “Casa de la Inquisición”, solar que ocupa hoy el Hotel Compostela en la plaza de Galicia. En el curso 1920-21 contaba con un total de 26 alumnos matriculados.
[2] Por Real Decreto se crearon las Facultades de Farmacia de Madrid y Barcelona en 1845 y la de Granada en 1850.
[3] Antonio Casares fue nombrado primer Decano de aquella facultad.
[4] El curso 1892-93 se dispara el número de matrículas y aumenta hasta un 71,5% el número de alumnos no gallegos.
[5] Algunas, como Química Biológica y Microbiología sólo se impartía en la Facultad de Farmacia de Madrid.
[6] Incluso fueron encarcelados temporalmente en el Castillo de San Antón en La Coruña pero años después fueron rehabilitados para ejercer de nuevo la docencia.

 

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