BOTICA DEL MONASTERIO DE STA Mª DE SOBRADO: monjes y farmacéuticos.


 Este texto está extraído del original que publiqué en Cuadernos de Estudios Gallegos, vol. LXI, nº 127, (2014).

A pesar de la falta de información sobre la existencia de botica en el monasterio de Sta. Mª de Sobrado (Coruña), a lo largo de este artículo aporto numerosas referencias sobre aquel establecimiento que, desde el siglo XVII se mantuvo en funcionamiento hasta la Desamortización de Mendizábal, a mediados del siglo XIX. A falta de restos materiales de la propia botica, las referencias históricas respaldan con creces la existencia de un establecimiento sanitario acorde con la importancia y el tamaño de este antiguo monasterio cisterciense.
Fachada de la iglesia y conjunto monástico de Sta. Maria de Sobrado.

En el entorno del nacimiento de los ríos Mandeo y Tambre se alza la esbelta silueta de las torres de la iglesia del milenario cenobio cisterciense de Santa María de Sobrado, que algunos han denominado Sobrado de los Monjes o dos Monxes, apelativo que no hemos encontrado en la documentación original de este monasterio, enclavado en el antiguo condado de Présaras. A pesar de las soledades de aquellas tierras y montes, no debemos olvidar que, cinco kilómetros al norte de Sobrado se encuentran los restos del campamento militar romano de A Cidadela, uno de los principales existentes en Galicia. En 1142, como monasterio masculino, Sobrado se unió a la Orden del Císter, llegando hasta aquí varios monjes desde la casa madre en Claraval (Francia).

La obra más singular de aquella época fue la construcción de una laguna, situada a unos tres kilómetros al éste del actual edificio, a los pies de la sierra. La laguna, cuyo frente está constituido por un sólido muro de piedra, ha llegado hasta la actualidad convertida en una zona de recreo y está recorrida por un hermoso paseo peatonal desde donde se pueden observar varias especies de aves y anfibios. La laguna es hoy un “Espacio húmedo de interés europeo”, con una superficie de casi 10 hectáreas y una profundidad media de 1,5 metros. El entorno es de gran belleza, abundante en robles, abedules y alisos, entre los cuales no es difícil observar ánades reales y fochas comunes. Dos regatos suministran agua a la laguna (el Portevirtude y el Rudelo), en la cual se siguen explotando truchas en una piscifactoría perteneciente a la Xunta de Galicia. En la superficie del estanque se pueden observar nenúfares que albergan una gran colonia de ranas, que podemos observar desde la pasarela de madera que recorre el perímetro de la laguna, un paseo de gran atractivo paisajístico.
A continuación os dejo una imagen de la laguna de Sobrado, un paraje de singular belleza.

LA BOTICA DE SOBRADO

La asistencia sanitaria es una actividad que, monasterios como el de Sobrado, desarrollaron durante siglos para atender las necesidades de sus propias comunidades así como las de las poblaciones de su entorno, peregrinos y transeúntes. A través de enfermerías, hospicios y hospitales ofrecieron sus conocimientos sanitarios, desde tiempo inmemorial, hasta mediados del siglo XIX.

La organización de los monasterios occidentales ha seguido tradicionalmente lo establecido desde el año 613 en el monasterio suizo de Saint Gall, del cual se conserva un plano del siglo IX, en el que se observa la presencia de una botica y su correspondiente huerto. Durante siglos las boticas de los monasterios situados a lo largo de las rutas jacobeas, (como lo fue Sobrado, situado en el denominado Camino del Norte), ofrecieron ayuda, alojamiento y alimento, a los peregrinos que se dirigían a Compostela. Varias abadías benedictinas en Galicia contaron, también, con una botica para atender a caminantes y enfermos pobres, como las de San Martín Pinario, Samos, Celanova o Ribas de Sil y otro tanto hicieron las cistercienses de Sobrado, Meira, Montederramo y Oseira

La botica del monasterio de Sobrado atendía las necesidades sanitarias de los monjes, peregrinos y enfermos pobres, pero el aumento poblacional en el entorno del monasterio y el aporte económico que representaban los preparados medicinales destinados al público en general, facilitó el desarrollo de esta botica monástica en el transcurso de los siglos XVII y XVIII.

Tradicionalmente el monje boticario entraba en el monasterio en la adolescencia, como aprendiz, siendo examinado tras cumplir los veinticinco años de edad y mostrar su capacitación en el conocimiento y manejo de los “simples”, así como en la elaboración de preparados magistrales. Al contrario, la atención médica solía recaer en un profesional contratado por el monasterio, sin vinculación con la propia comunidad religiosa. De manera oficial, desde el siglo XVI los boticarios necesitaban acreditar cuatro años de ejercicio práctico y desde el XVII se debían acreditar dos años prácticos avalados por testigos cualificados, uno de los cuales sería el boticario bajo cuya dirección realizara la formación. Al no existir un centro “oficial” de aprendizaje se optaba, de manera generalizada, por la preparación teórica que ofrecía la bibliografía de la época pero, a finales del siglo XVIII, se impusieron ya pruebas y normas diferentes para los exámenes de médicos y boticarios, a pesar de lo cual, hasta principios del siglo XIX no se creó el primer Colegio de Farmacia (San Fernando de Madrid), fundándose el de San Carlos de Santiago de Compostela en 1815. Un monasterio como Sobrado escapaba habitualmente al sistema de visitas e inspecciones de las autoridades sanitarias, carentes de jurisdicción en el interior del recinto monástico. Por otro lado, estos boticarios recibían una formación profesional al margen de la de sus colegas seglares y tenían a su disposición mejores medios y boticas mejor dotadas, ya que los monasterios disponían de recursos económicos superiores. Ello permitía disponer de más obras de farmacología o botánica, mejores huertos y boticas más amplias y con una mayor plantilla.
En la siguiente imagen os muestro un plano general del monasterio y en color rojo la localización de la botica.

Pero en 1678 el Papa Inocencio XI prohibió a las órdenes religiosas poseer boticas públicas, lo que derivó finalmente en el cobro de medicamentos mediante limosnas, muchas veces más rentables que los precios de venta oficiales. En general, esta situación de cierta superioridad de unas boticas frente a otras se mantuvo hasta finales de siglo XVIII y principios de XIX. Por un lado, el desarrollo de la ciencia ilustrada, con una base química cada vez más consolidada y, por otro lado, las nefastas consecuencias de la invasión francesa a principios del siglo XIX, situaron a las boticas monásticas en una posición de evidente desventaja frente a la competencia seglar.

La botica de Sobrado se organizaba en torno a dos o tres salas denominadas en los documentos del propio monasterio como Antebotica, Botica y Rebotica. En una primera dependencia encontraríamos elementos de cierta importancia, como el conjunto de botes cerámicos o “botamen”, en ocasiones, de procedencia talaverana, las cajoneras para guardar trozos de plantas, una mesa para dispensación, un mueble “cordialero” para frascos de vidrio, colecciones cerámicas, etc. A continuación, la Rebotica, zona de trabajo diario, bien iluminada, donde se situarían elementos más toscos, como una mesa de trabajo, enseres y útiles destinados a elaboración de medicamentos (morteros de bronce o piedra), medidas para líquidos, armarios, arcones y, desde el siglo XVII, uno o más hornos para destilaciones. En cuanto al utillaje de la botica, sería lógico pensar en la existencia de numerosas piezas, como balanzas (de dos tipos; la romana y la propia de botica, utilizada ya en el siglo XVIII), tamices, retortas, pildoreros, pesas, espumaderas, baños (de arena, de María, de reverbero, de vapor), crisoles (de hierro fundido, plata o porcelana), filtros (manga de Hipográs para filtrado grosero, de papel de estraza), embudos, matraces (de forma redonda con caños más o menos alargados), prensas para exprimir (normalmente la de tornillo), tamices, vasos (de vidrio, cobre o hierro), peroles y cazos, alambiques (numerosos y de diferentes tamaños, formas y materiales, como vidrio o barro vidriado), morteros (de piedra, madera, vidrio, cobre o bronce) o espátulas y, como elemento de mayor identidad de la botica, el conjunto de botes o “botamen”, compuesto normalmente por varios centenares de piezas. La pieza más representativa de un botamen es el Albarelo, tarro cerámico de perfil característico, cilíndrico, más estrecho en su parte central para facilitar su agarre, de boca ancha, acompañada, en ocasiones, de una tapa del mismo material cerámico, y destinado, normalmente, al contenido de hierbas y minerales. Las dimensiones habituales de un albarelo oscilan entre los 20 y 30 cm.

No debemos olvidar, finalmente, un elemento ya mencionado, de gran importancia en las boticas monásticas, como fue el huerto o “jardín de la botica”, instalado en un terreno próximo a la misma, bajo unas condiciones ambientales favorables que permitieran el desarrollo de ciertas plantas sin necesidad de buscarlas en los montes o a través de proveedores lejanos.

LA ÚLTIMA ÉPOCA: SU DESAPARICIÓN

Sobrado siguió creciendo en importancia y en tamaño a lo largo de los siglos, lo que le permitió albergar una comunidad de más de 80 monjes a principios del siglo XVII, disponiendo de cincuenta prioratos a lo largo de la geografía gallega, castellana y portuguesa. A mediados del siglo XVIII, la abadía daba alojamiento a miles de peregrinos anualmente, constando que en el año 1773 pasaron por sus dependencias unos 8000 peregrinos camino de Compostela. En el siglo XIX sufrió el paso de las tropas francesas durante la guerra de Independencia y, posteriormente, la desamortización del Trienio Liberal (1820) y la de Mendizábal (1835), que supuso la desaparición definitiva del monasterio y de todo su patrimonio. Con la exclaustración y puesta en práctica de lo dictado en estas leyes desamortizadoras quedó el monasterio de Sobrado abandonado, dando comienzo un rápido y continuo expolio con la posterior venta de sus bienes. El proceso desamortizador fue poco afortunado desde el punto de vista de la conservación del patrimonio, ya que, al margen de los escasos beneficios económicos que supuso para la nación, el resultado para nuestro patrimonio histórico y artístico fue desalentador ya que algunas partes del edificio fueron voladas con dinamita para poner en venta la piedra y reutilizarla en otras construcciones de la comarca; por tanto, del edificio monástico poco fue lo que se salvó, exceptuando zonas muy concretas de la fachada y algunas arquerías de los claustros. Por supuesto, el patrimonio artístico fue lo primero que desapareció y con él el patrimonio bibliográfico, aunque parte de los documentos de su archivo se conservan actualmente en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) y el Archivo del Reino de Galicia (Coruña), desapareciendo, también, su biblioteca.

Todo aquello a lo que se suponía cierto valor económico fue saqueado, subastado o vendido al peso y, ante la ruina ocasionada y la rapiña, se perdió la oportunidad de inventariar aquellas piezas de menor valor económico, pero de enorme valor cultural o científico como la propia botica y su contenido.

En el año 1931 el conjunto de ruinas de Sobrado pasó a ser catalogado como Monumento Histórico-Artístico, tras el informe favorable del investigador Hugo Obermaier; posteriormente, en 1954 se instaló en Sobrado una nueva comunidad de 17 monjes cistercienses llegados desde el monasterio de Viaceli (Santander) y desde entonces la enseñanzas de San Benito rigen de nuevo la vida de este milenario edificio.

LA BOTICA

La botica se localizaba detrás del arco situado en el extremo occidental del edificio monástico. En la parte alta del arco se encontraba la cámara abacial y, al sur de la cámara separada por un pequeño espacio estaba la cuadra del ganado lanar y, frente a ella, la casa-habitación y huerta del farmacéutico.

Las referencias escritas sobre la antigua botica de Sobrado abarcan un período de tiempo amplio, desde finales del siglo XVII hasta mediados del XIX. Evidentemente, una comunidad numerosa como la de Sobrado, el tercer monasterio en importancia en la comunidad gallega, debió contar siempre con una adecuada asistencia sanitaria, con servicio de médico y boticario. Además, entre los siglos XVII y XVIII, 51 prioratos y 61 iglesias parroquiales dependían directamente de esta abadía, que en 1773 ofreció acogida a más de 8000 huéspedes de forma gratuita.
La siguiente imagen es uno de los documentos originales que contiene referencias a la botica de Sobrado.

A lo largo del siglo XVIII, muchos monasterios obtenían unos beneficios económicos muy notables por la venta al público de medicamentos, a pesar de las repetidas advertencias que el estamento eclesiástico dictaba para no entrar en litigio con las boticas seglares, cuyas quejas fueron habituales, al ver cómo el Estado carecía de autoridad para inspeccionar a sus competidores. Es por ello que esta última referencia señala la necesidad de abrir una segunda puerta a la calle, (el tramo de calle que rodea el edificio monástico de Sobrado, por su cara oeste, se denominaba entonces como Vía Sacra), de tal forma que el inspector sanitario tuviera libre acceso a la botica, sin necesidad de pasar por la clausura monástica o sin pedir licencia, tal y como se refiere en el documento.

Del siglo XIX nos han llegado, también, varias referencias sobre nuestra botica; podemos encontrar una de ellas en el Diccionario Geográfico y Estadístico de España y Portugal (1827), de Sebastián Miñano Bedoya que, referente a la población de Sobrado, señala que:

Tiene un monasterio bueno de Bernardos, con buena torre y relox de campana, en el cual hay establecida una botica que despacha para el público. Tiene también una casa de cárcel y otra para el médico.

A principios del siglo XIX el local estaba casi arruinado y que la comunidad no disponía de monje capacitado, legalmente, para el ejercicio de la profesión; además, ninguna otra abadía pudo enviarlo para salvar esta situación. Entendemos, también, que se incorporó un seglar al frente de la botica, pero como este cargo lo debía ocupar un monje, se le otorgó el hábito a su llegada a Sobrado. Se adquirió gran cantidad de materia prima para la elaboración de medicamentos, (aceite, azúcar, cera, almendra, carbón, etc.), desde la propia casa y se dispuso una pequeña partida económica para adquirir herramientas para la farmacia, entendemos que se trataría de material de laboratorio rudimental. Además, se recompuso la prensa y se adecentaron las dependencias de la botica que, como hemos apuntado anteriormente y se describe en este documento, se distribuía en “antebotica”, botica y rebotica. Entendemos, también, que el monje boticario contaba con la colaboración de un mancebo, que es quien vivía en la botica, para lo cual se le adecentó un dormitorio.

En otro documento, fechado el 21 de noviembre de 1821, se describe el contenido de la botica, señalando la dotación y utillaje de la misma. Bajo el título de Inventario gubernamental de los muebles semovientes que se hallaron en el Monasterio de Santa María de Sobrado, en virtud de las órdenes superiores comunicadas al efecto, se elaboró una descripción meticulosa de todos los enseres localizados, por los funcionarios gubernamentales, en el momento de la exclaustración.

CONCLUSIONES

A la vista del plano anterior, podemos confirmar la localización de la botica en la esquina noroccidental del claustro de la Hospedería, que fue levantado entre 1623 y 1759, aunque la panda de las caballerizas, colindante con la botica y el huerto, fue levantada entre 1753-1756, bajo el abadiato de fr. Hermenegildo Muñiz. A partir de esa fecha, y hasta su desaparición en el siglo XIX, la botica quedó ubicada en el extremo oeste del claustro.
                                                                                                                                  Dr. Miguel Alvarez Soaje

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